Salchichón con Salmón

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Sí a la pizza

Si a la pizza

 

No hay experiencia comparable en la vida de un hombre que se precie de tal, como la de comer media de muzza en  Ugi´s a pelo. Sin más liquido alguno que el generado por uno mismo que es un degenerado divino. Moderna prueba de valor.
El día fue más largo de lo planificado y el presupuesto diario autorizado para los menesteres de quien les habla estaba en el acabose. O eso pensaba uno cuando de repente se topa con la meca de azulejos blancos y pilas y pilas de cajas que se cobran aparte. Como corresponde (¿pioneros, quizás, de la movida eco-friendly-shops?). Alegría de uno y de su bolsillo. Con los Mitres arrugados, las monedas perdidas y con un glorioso Don José de San Martín nos alcanza para media. Nuestra media. La más justa e igualitaria medida del mercado. Acá no miran soberbio si se llega justo. Se siente querido uno ante el mostrador alto. Ni el mismísimo Warhol hubiera imaginado esta composición psico-pop-subdesarrollada que engalana el ambiente. Gloria a la siempre magnifica e inigualable inventiva nacional. Las botellitas recicladas en condimenteros (ejemplo de lo anterior). Con que ternura y dedicación han sido hechos esos pequeños agujeritos para que nosotros, dulces comensales, depositemos democráticamente el preciado menjunje en la redonda. Alquimia de la vida.

Noche afuera. Adentro blanco. La Nueva de fondo. Mientras espero que el cocinero-cajero me chiste con el aviso de que ya tiene mi media, me urge una pregunta al mirar el celular que marca las 20:39: ¿Quiénes van a cenar un martes a Ugi´s? esa es la cuestión. La pregunta original. La vida y la muerte.

Pero que pena ché, les debo la respuesta para una próxima. Todavía no viene nadie. Somos el maestro y quien les escribe nomás. Me encantaría mentirles, inventarles bah, unos pintorescos personajes autóctonos, miembros de la elite de la fauna nocturna porteña. Pero solo estoy yo, único representante de aquella fauna. Más pintón que pintoresco, pero pobre, igual de pobre… sepan entender.

Ahí salió, me avisa el amigo detrás del muro blanco protegido por las gigantescas torres de cartón corrugado. Sí ponele, le digo. Qué movimientos de muñecas, habrase visto, ágil como gimnasta rusa. Qué manera de meterle sazón, de esparcir la escueta muzzarella cual canchereada de últimos pelos de maduro señor. Que generosidad de sabor. No hay con que darle. Y vuela hacia mí la chapa abollada como sambuche de miga, como nave nodriza, como ovni delicioso. Intergaláctico placer.

Y como metáfora de la vida. Sí la comés ni bien sale, de apurado, de angurriento, seguramente te quemes el paladar y ya no puedas disfrutar de más nada. Pero si en cambio esperás demasiado y dejás que el tren pase desperdiciarás el momento indicado, y estará fría y ya no tendrá sentido probarla. Habrá perdido todo sentido.

Y así transcurre la vida uno: intentando encontrar el equilibrio pero sin arruinarlo del todo. Quemarse un poco para disfrutar otro poco. Y por ahí pasa la cosa, vió.