Salchichón con Salmón

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Temporada de ojotas

Qué comodidad llegar a tu casa después de un arduo día laboral, arrancarte los zapatos y disfrutar del relax hogareño, libre de presiones zapateriles… Pero no. El capitalismo y su industria voraz hasta nos reglamentó la forma, la correcta forma y costumbre, de cómo debe uno uniformarse en su propia casa para descansar. Y además: Por esa cuestión del intercambio cultural, y yo que sé del Mercosur, y por culpa del gigante carioca: todos andamos con esas cosas de goma bastante dura bajo las patas. Mirá si serán envidiosos estos brasucas que nos las mandan afiladas. Yo me avive, eh. Ojo, hay unos cuantos que también. Pero son pocos los valientes que se calzan las viejas, las de tiras de lona, ni hablar de las que son medias chancleteadas, con una franja que dejan los dedos libres o de las viejas y bien ponderadas chinelas. A uno le gana la moda, la imposición foránea, el entreguismo industrial-pseudoburgués autóctono y no le queda otra que comprarse esas especie de ojotas: Havaiannas. (Siga más abajo)
Temporada de ojotas

Un día caluroso de primavera sucumbí ante sus encantos que prometían playa, mar y caipirinha.

Unas blanquitas me conquistaron. Cuarenta y cuatro le dije al ñato que me las vendió, no hay mucha ciencia en ofrecer este tipo de implemento. Pero como le costó traeme el producto al hombre, bueh. Cuestión que por 25 pesitos me las llevé. Iba con una emoción en el subte como cuando comprabamos los jueguitos truchos en el parque Rivadavia, ansiedad total, uno no puede esperar llegar a su casa para probarlo. Que si no fuera por la desconfianza que me generaban mis propios pies transpirados de todo el día, me las calzaba ahí nomás. Pero me reserve el estreno hasta la intimidad de mi hogar, como es debido.

Subo en el ascensor, abro la puerta, salta el perro, levanto las boletas que tiró el amigo encargado, y saco las ojotas de la mochila: Inmaculadas, blanco novia, virgen al altar… la puta cómo me la jugué con el blanco. Ahora que estás en el baile… chancletea. La vida es una, y es corta, y la alegría,  y en este caso: la fabricación y la licencia de estos adminículos para los pieses, no son solo brasileros. Arroje la camisa y el pantalón a la cama. Me arranque los zapatos y las medias en un solo movimiento, o sea dos, uno por cada pie, y me las puse por primera vez. Qué libertad, qué felicidad pedicular. Me calcé los cortos del fortín, una remera que andaba por ahí con ganás de revancha y salí a la calle. “A buscar aventuras amigas Havannias” les dije, y salimos a enfrentar la vida, que está ahí, al alcance de la mano o de los pies, en este caso.

La extraordinaria aventura terminó en el chino. Esa cuadrita y media entre el edificio y el supermercado, fue el desfile de un hombre libre y repleto de felicidad. Mirenlo, mirenlo. Sus pies bailan un nuevo y feliz compás en esas veredas algo destartaladas. Qué gracia, qué desparpajo, moviendo las cabezas… Entro al super, saludo al chino amigo y voy a la heladera de los fiambres. Agarro un paquetito de jamón, y ya que estaba ahí: de bondiola. Unos pancitos recién sacados del horno y una birrita. Esta última de una heladera cerca de la caja. Puta, hay una cola tremenda. Para sorpresa mía, nadie en ojotas. Todos seguían de vestuario laboral. Más chocho me puse, original y desinhibido. Yo sé que la señora del edificio vecino imagina que soy un vago, que ese es mi atuendo cotidiano. La sorprendo chusmeandome los pies, mí nuevo calzado. Cuando levanta la cabeza la saludo. Cómo explicar la cara de vergüenza de aquella señora. Punto para las ojotas.

Empezaron a hacer mella los ochenta y pico de kilos en las plantas libres y “desinhibidas” de amortiguación. Ya no sabía para que lado encajar el peso. Parecía un aparatoso bailarín de tango, de los chamuyadores de gringas, pata pa´ca, pata pa´alla, como si supieran pegar un paso… que ciudad generosa. Por suerte nadie lleva grandes cantidades de cosas, “lo de último momento”, diría un ama de casa. Después de cambiar dinero por bienes salí, con la energía renovada… y ahí cuando me encaramaba triunfal hacia el hogar, dispuesto a degustar los manjares obtenidos… ¡Cranckch! No va a ser que se me queda el pedazo de goma berreta del Once encajado en una baldosa floja. Todo el cuerpazo sigue de largo, la ojota estaqueada en la vereda, arrancando de cuajo esa especie de «v corta» que agarra  los dedos. Como malabarista de la vida me acomodo sin llegar a caer de bruces al piso y sigo la marcha como si nada, ya con un soldado blanco y brasilero menos. Como putié, como putié, “Pelé debuto con un pibe”, gritaba hacía mis adentros, “Pelé debuto con un pibe”. Y lo ví de refilón al chino que se cagaba de risa. No es su culpa.

Y me fuí con una sola, que va hacer. La otra disimulada bajo el brazo. Rengueando de bronca en esa vereda media destartalada. El pie derecho todo rojo, raspado, desnudo, colorado de vergüenza. Entré al edificio y mientras esperaba el ascensor que estaba en el sexto, me vino como un rayo misterioso la moraleja a mí enojada cabeza: Esto es un plan, esto es un plan, me repetí, este es su Plan: quieren mancillar nuestros pies, la materia prima de nuestro fulbo… Brasucas de mierda, como carajo pueden caminar con estas bostas en las patas.